1 de febrero de 2008

Mercaderes de ilusiones

No mire usted hacia atrás. Ha entrado al mercado de las ilusiones.

Desde el balcón, la ciudad era pintoresca y atrapante. Por lo menos eso parecía, pero claro está que las cosas no son iguales vistas desde una determinada distancia. Este caso no era la excepción. Era preferible ver a la ciudad desde el llano.
De ese modo, se podía llegar a ser alguien. Desde lejos sólo miran los cobardes. Hay que juntarse con el pueblo para observar las inmensidades de las calles, los paredones pintados con aerosol, y lo muy atractiva que es la energía de la gente, que algunos mantienen, es lo único en lo que hay que creer.
Labana vieja, es el lugar más esotérico que existe en el mundo. Por lo menos eso dicen los habitantes de esta ciudad, y tienen razón. Pese al peso de los años, del avance de la ciencia y lo cuantificable por sobre la superstición y los milagros, en este lugar se cree en el propio destino y en la brujería.
Desde un pequeño pasaje de calles de tierra, llamado Figuración, hasta la avenida principal, Final, hay una enorme feria denominada "El mercado de las ilusiones". Es realmente inmensa.Este lugar es visitado por cientos de turistas, pero pocos se atreven a internarse en la feria. Seguramente este temor se deba a los habitantes del mercado. Todos, o casi todos, son brujos o adivinos. A Fermín no le fue complicado introducirse, puesto que no teme de estos personajes.
Comenzó, entonces, a caminar hacia allí, deslizándose por entre sus puestos. No sabía exactamente por qué estaba ahí, pero tampoco se interesó en buscarle respuesta a esa cuestión. Estaba y punto. De repente, escuchó una voz que decía: "¡Sepa su futuro, conozca su destino, tarot, bola de cristal, vengan señores!". No quería saber su destino, pero le llamó la atención con la vitalidad con la que la señora, muy anciana por cierto, se manejaba. Se dispuso a hablar con ella:
- Buenas tardes señora, inició.
- Buenas tardes, Fermín, contestó la señora.
- Perdón, sabe mi nombre, dijo sumamente sorprendido. Cómo sabe que me llamo Fermín.
- Es notable, contestó la señora. Se sorprende porque se su nombre. Sorprendase con los otros datos que conozco de usted ¿Quiere que comience?
- No quiero oir más, señora. Es suficiente. Hasta luego.
- Señor, quedese tranquilo, dijo la mujer. Ya sabe, ha entrado al mercado de las ilusiones. Aquí somos todos mercaderes de ilusiones. Ya sabemos todo sobre usted, manéjese con tranquilidad.
Fermín se alejó de la señora. Ya no estaba tan sorprendido, y pensándolo mejor, no estaba tan mal que lo conocieran. Por lo menos no tengo que presentarme, pensó.Siguió caminando. De repente, se topó con un molesto arlequín que, pese a ser el bufón de la feria, se podía observar gestos de tristeza, de notoria disconformidad.
- Quédese tranquilo, Fermín, no le voy a adivinar el futuro. Nada de eso, sólo vengo a decirle que tenga cuidado.
- Muy amable, señor. De todos modos, ya había tomado conciencia que debo manejarme con cautela.
- Mejor así. Tenga cuidado con algunas personas. Se nota que no es de aquí, y que visita la feria por primera vez. Quizá quieran engañarlo, o le predigan un destino erróneo.De repente, comenzó un ruido estridente, como inaugurando una murga. Efectivamente, lo era. Se veía una enorme carroza desfilando, cantando, entreteniendo a los transeúntes y a los puesteros.
- Qué bonito espectáculo, le dijo al arlequín.En la carroza habían no más de quince ancianos, cantando a viva voz, e invitando a la gente que suba. En eso lo miran a Fermín. Le reclaman, alegremente, que suba, que se iba a divertir. Aceptó la invitación, y se dispuso a subir.
En eso, lo sujeta fuertemente el arlequín de la cintura, que casi furioso le gritó:
- Señor, no suba. Es la carroza de la vejez. Si sube allí, el pelo comenzará a ponerse blanco, le saldrán arrugas y, una vez que descienda, no volverá a ser joven. Fermín, no le he dicho que tenga cuidado.
El arlequín lo abandonó y él se sintió avergonzado. Lo había decepcionado. Ahora, verdaderamente, había tomado conciencia que debía ser más que prudente.
De todos modos, continuó caminando, aunque con dificultad. Habían varios vendedores ambulantes que impedían desplazarse con tranquilidad, y como si esto fuera poco, había un grupo de cinco o seis chicos que jugaban a algo que desconocía. Corrían y gritaban casi salvajemente. Y era muy extraño lo que hacían al cabo de unos minutos. Se detenían y hacían anotaciones en el aire. No era común eso. A decir verdad, era anormal e ilógico. Nadie puede obtener buenos resultados intentando escribir en el aire. Pero estos niños lo hacían, y lo más raro, se divertían haciéndolo.
En eso dio con un puesto que le llamó poderosamente la atención por varios motivos. En principio, no estaba construído de igual modo que el resto. Todos, o desde ahora casi todos, estaban hechos de madera y con una lona que cumplía la función de techo. Los vendedores se sentaban en el piso y era de ese manera como vendían. En este caso, el puesto estaba hecho de piedra.
Pero lo que más le llamó la atención, era la edad del puestero. Casi todos eran viejos, o muchachos. Aquel, era un niño. Fermín se acercó hacia él:
- Buenas tardes, niño, ¿Cómo te llamas?, le preguntó cambiando su tono por uno más acorde a la edad del puestero.
- Fidel. Igualmente, aquí todos me dicen nenito. Llámeme así si quiere.
- Prefiero llamarlo Fidel. Y dígame, por qué tiene un puesto siendo tan joven. No debería estar disfrutando de su juventud.
- Juventud... eso ya no está en mí. Bueno, pero eso no importa, va a llevar algo.
- Eh, no. Mejor dicho, primero quisiera ver lo que vende.Comenzó a observar lo que el niño le ofrecía. En eso, con voz de nostalgia dijo:
- Estampillas de Argentina. De allí vengo. Me hacen acordar a mi niñez.
- Son muy bonitas, dijo el nene. A mí también me recuerdan a esa etapa.
- Es imposible, dijo riendo Fermín. Es imposible que le recuerde a su niñez, dijo, si la está atravesando. Eso lo debe decir cuando pasen cinco o diez años, por lo menos.
- Ah, usted no sabe...No terminó de decir la frase, que escuchó con mucha fuerza un coro de chicos. Echó su vista atrás y vio a tres carretas que desfilaban por las calles de tierra. No era muy claro lo que gritaban, pero Fermín comprendió que decían algo como: "¡Recuerdos, recuerdos, vuelva atrás en el tiempo...!".
No quiso atender al pedido de los chicos, que le ordenaban que suba. Ya había una mala experiencia con esto de subir a donde le indicaban. Con su falta de cuidado, había decepcionado al arlequín, y no quería repetir lo mismo. Las carretas pasaron frente a él y luego se perdieron en el horizonte.
- Al final, va a llevar algo, preguntó el niño.
Fermín volvió la vista al chico y comprendió todo.
- No, gracias, muchacho. Quédese usted con las estampillas, así no le quito el recuerdo de su niñez.
Después de este puesto, llegó a la calle Final. Allí se detuvo, contemplando la feria que había dejado detrás. En eso, un hombre de pelo negro se le acercó.
- Buenas tardes, dijo mientras le tocaba el hombro. Qué le pareció todo lo que vio, seguramente rara, lo veo sorprendido.
- Bueno, en realidad, como para no estarlo, contestó. He visto cosas que me han dejado perplejo.
- Ya lo creo. La carroza de la vejez, los niños que escriben en el cielo y las carretas de los recuerdos son muy impresionantes a primera vista. Con el tiempo, uno se acostumbra, como es sabido.
A medida que iban caminando, sucedió algo que a Fermín lo llenó de temor y de sorpresa. El pelo del hombre comenzaba a volverse blanco.
- Señor, se le está poniendo...
- Ya lo se, no se gaste en explicaciones. Llega un momento del hombre en que es inevitable volverse viejo. No importa, quédese tranquilo. Disculpe, pero debo irme.El hombre se paró en la calle Final, miró a los costados y procedió a cruzarla. Fermín había quedado detrás, sin respuesta. De todos modos, desde el alma le salió:
- Fue un gusto conocerlo, gritó. Yo también me estoy yendo de esta feria.
- ¿Feria?...¿qué feria?, dijo el ahora viejo.
Fermín miró hacia atrás y contempló, impávido, un terreno baldío. Volvió a echar la vista hacia Final, y no había nada. No estaba el señor canoso, ni los adoquines. No había quedado nada.
- Estoy en el cielo, se dijo, y comenzó a caminar hacia adelante.

6 comentarios:

En El Corazón del Bosque dijo...

Gastón! veo que sigues en forma...!
Me alegra leerte de nuevo. Llevo un tiempo perdida, no tengo mucho tiempo libre para escribir y casi para porder leer blogs, de hecho solo me he pasado por el tuyo. Precioso relato el que has escrito, tienes una imaginación que te llevará muy lejos.
Te mando un beso desde Madrid.

Anónimo dijo...

ME ENCANTOOOOOOO =$
es el mejor de los cuentos que escribistee, lejoss
tee qieroo gastuuu.

Dante Bertini dijo...

te visito y te leo, aunque algo superficialmente porque voy sin tiempo.
mucha producción por aquí.
abrazo

Dante Bertini dijo...

supongo que andas de vacaciones...
cuando vuelvas mira esta página de una chica catalana.
http://riesinrazon.blogspot.com/

Marga dijo...

siempre me emociona leerte, hermosa historia.
Un abrazo

Dante Bertini dijo...

aún de vacaciones?