9 de mayo de 2008

Dos días después de ayer

La clave más profunda e íntima de los sucesos son sumamente imperceptibles e indescifrables. Mientras la noche estaba devorando sueños, asesinando almas y consumiendo deseos, un hombre se sentó a mi lado en un banco de plaza.
Las horas habían cometido severos crímenes en su rostro. Hablaba con la dejadez de los desairados y con la terquedad de los que han vuelto de algún lado y vuelven para contar lo vivido. Desde el comienzo, la conversación tenía aspectos y consideraciones inevitablemente estipuladas: mi porvenir era su pasado y mis esperanzas eran sus fracasos.
Se sentó, me miró a los ojos y dijo las siguientes frases sueltas:
- Los sueños son la vida que vendrá. El futuro es donde miraré el pasado y contruiré el presente. Mi vida tuvo, tiene y tendrá poco sentido, porque me la gasté pensando por qué vivir, y no por pensar en qué hacer, ya que aquí estamos.
Cuando quise preguntarle quién era, continuó.
- Así es -gritó. Claro que así es, no soy otro, caballero. Podría haber sido más cortés y considerado conmigo, sabiendo de mis gratas intenciones. Veo que sus modales disminuyen cuando debe relacionarse con extraños. A su edad, era igual, créame.
- Discúlpeme -corté. Podría decirme quién es usted, ya que quiere que recupere mis modales.
- Es notable -contestó. Como presiento que verdaderamente no se ha dado cuenta, paso a comunicarle mi identidad. Yo soy usted luego de treinta años, de modo que no es otro que yo carente de vejez.
Cuando el hombre se dispuso a continuar su marcha para preparar otro encuentro en otro banco, lo detuve precipitadamente:
- De ahora en más, comprenderé que, haga lo que hiciese, no me convertiré en otra cosa que un viejo desdichado, experimentado, pero desdichado al fin - comenté.
- Por más que lo hubiera visto hoy, solo en un banco de plaza, su destino no hubiese cambiado. Usted, de todos modos, acabaría como me ve -dijo desafiante el viejo.
- De ahora en más, mi vida no tendrás sentido y me será más difícil vivir.
- No nos engañemos, joven. No hace falta que el destino infame nos haya cruzado para saber su futuro viendo mi presente. La vida será igual de difícil si yo no lo hubiera visitado. A decir verdad, nunca estará a la altura de las circunstancias, nunca lo estuvimos, aunque debo decirle, no estarlo es a veces el mejor estímulo. Tener como razón de vida no saber como moriremos, es un equívoco imperdonable. El mejor y único estímulo para seguir viviendo, es la vida misma.

6 comentarios:

malditas musas dijo...

Como diría Borges, es el encuentro del hombre con su destino :)

Un beso, Gastón.
Musa

Pirata Cojo dijo...

Hola Gastón, espero que todo ande bien por tus australes tierras, te cuento, tengo algunos problemas de visión, las letras azules con el fondo negro me son muy difíciles de leer y como quiero seguir deleitándome con tus letras, humildemente te solicito que pongás otro fondo, digo, si no es mucho pedir.

Atentos saludos desde Guatemala

Dante Bertini dijo...

cambios de estética...
ayer te nombré en una charla.
un abrazo

Anónimo dijo...

"...El mejor y único estímulo para seguir viviendo, es la vida misma."

Ésta es la clave de todo. Una frase genial, que da sentido a todo el conjunto y que comparto absolutamente.

Me encantó volver por tus territorios y es que leerte, calma mi espíritu.

Hasta pronto, amigo.

Pirata Cojo dijo...

Por eso debemos hacernos vidas dignas brother, para no terminar como viejos de asilo antes de los 50 años.

Gracias por los cambios, ahora sí leo bien.

¡Saludos!

mamapi dijo...

Mucha profundidad en tus palabras... me gusta
mamapi